Crítica de El Chico y la Garza

En El chico y la garza, seguimos a Mahito, un joven que acaba de sufrir una pérdida devastadora. Su madre ha fallecido, y en medio del duelo y la confusión, se muda con su padre y su nueva madrastra a una residencia en el campo. Pronto, Mahito se encuentra con una garza peculiar que lo introduce a un universo extraño y mágico donde descubrirá secretos que lo conectan profundamente con su pasado y su identidad. 

Uno de los elementos que destacan en El chico y la garza es la trama. La historia aborda el duelo, la resiliencia y la búsqueda de identidad de una manera que, aunque sutil, impacta profundamente. La película explora cómo Mahito lidia con la pérdida y su camino para entenderse a sí mismo, haciendo del viaje un reflejo de su crecimiento emocional. La narrativa puede parecer sencilla en la superficie, pero cada interacción y personaje que encuentra añade capas a su autodescubrimiento.

En cuanto a la animación, el Estudio Ghibli nuevamente muestra su maestría. La calidad de los detalles, desde los paisajes naturales hasta los rostros y expresiones de los personajes, es impresionante. Cada escena parece tener vida propia, con una paleta de colores que transporta a un universo vibrante y onírico. Los mundos que recorre Mahito están llenos de criaturas surrealistas y escenarios fantásticos que parecen inspirados en los cuentos de hadas, pero con el toque distintivo del Estuio Ghibli que mezcla lo etéreo con lo emocionalmente denso.

Otro punto a destacar es el uso de la música, que actúa como un personaje más dentro de la historia. Las melodías acompañan de manera exquisita a las emociones de Mahito, haciendo que estas sean aún más palpables. La banda sonora realza tanto la nostalgia como lo maravilloso del mundo que Mahito va recorriendo, y es capaz de hacer sentir la soledad, la esperanza y la determinación del protagonista.