2h 30m
Hay una fórmula no escrita en Hollywood que dice: si algo funcionó una vez, hazlo otra vez con más ruido. Y así, en plena fiebre por resucitar el cine de espectáculo más directo (Joseph Kosinski tiene la culpa) —ese que mezcla músculo visual, patriotismo sutil y testosterona estilizada— llega F1, el último intento de mezclar emoción de circuito con drama humano al estilo Top Gun: Maverick, pero sobre cuatro ruedas.
¿Merece la pena verla? Sí… si sabes lo que vas a ver y sobretodo si lo ves al cine. Si aceptas que no vas a descubrir América y que el guion no es lo más importante, puedes pasarlo muy bien. Porque cuando la película pisa el acelerador, lo hace con ganas.
Brad Pitt (porque sí, el tipo sigue estando aquí a sus 60+ años corriendo como si nada) interpreta a un veterano que vuelve al ruedo para mentorizar a un joven talento. Lo hemos visto antes, claro, pero Pitt sigue teniendo ese carisma que te arrastra. Damson Idris como el pupilo tiene presencia, aunque el libreto no le da mucho con lo que jugar más allá de la típica curva de aprendizaje, orgullo, caída y redención. Otro destacable es Javier Bardem, que da igual lo que le des, él siempre cumple.
Donde F1 se gana el aplauso (y posiblemente muchas palomitas) es en su ejecución técnica. Nada de coches generados por ordenador ni pistas renderizadas con CGI: aquí todo huele a gasolina y goma quemada de verdad. Carreras rodadas en circuitos reales, con coches reales y acrobacias al viejo estilo. El 70% de la película son escenas de competición, y eso se nota. Y se agradece.
La cámara se mete dentro del coche, detrás del volante, a ras de pista… y el espectador también. En eso, F1 es un espectáculo rotundo y adrenalínico, a la altura de lo que uno espera de un blockbuster de carreras.
No hay mucho que rascar en cuanto a originalidad. El argumento es tan reconocible como el logo de Ferrari. Piloto veterano con cuentas pendientes. Novato con ganas de comerse el mundo. Rivalidad, tragedia, redención. Check, check y check.
Todo está telegráficamente escrito desde el minuto uno. Y aunque las carreras se vean reales, el guion las hollywoodiza con secuencias imposibles que ningún comisario de la FIA dejaría pasar ni en sueños.
Pero, aunque todo esté visto, funciona. Porque el ritmo no decae y porque la película, al menos, no pretende ser más de lo que es: un show en la pista.
A los fans de la Fórmula 1 (aunque se enfadarán con algunas licencias absurdas). A los que disfrutaron de Rush o Le Mans ’66. A los nostálgicos del cine de acción y competición noventero. Y a cualquiera que quiera ver carreras filmadas con el amor y la precisión que Hollywood ya no suele permitirse.
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