Crítica de Bitelchús 2

Si hay que sacar algo en claro de todo esto, es que Michael Keaton es Bitelchús. Cada vez que aparece en pantalla, la película mejora, te lo pasas en grande y es que es un no parar de escenas esperpénticas, chistes, comentarios sacados de tono y un carisma raruno propio de un personaje como el de Bitelchús.

La película, aunque tiene otros elementos notables, vive y respira por la energía caótica y magnética de Keaton . Su actuación es una clase magistral en cómo se puede mezclar humor, terror y un toque de locura de una manera increíble. Cada vez que no está en la pantalla, quieres que aparezca, porque sabes que la escena va a mejorar. El problema es que esto no siempre es bueno.

Los demás personajes quedan un pelín desdibujados. El personaje de Winona Ryder pierde un poco el tono gótico por el cómico y Jenna Ortega no llega a captar tanto interés como el de Lydia en 1988.  La caricaturización de algunos personajes puede parecer un poco exagerada, casi como si Burton hubiera tomado prestado el tono satírico de «Mars Attacks!» (otra de sus joyas, aunque menos apreciada).

Sin embargo, mientras la película avanza y empiezas a recordar la primera película, te das cuenta de que este enfoque se alinea perfectamente con el universo que Burton creó. La sobrecarga visual y la exageración de las personalidades no solo es deliberada, sino que refuerza la coherencia con la primera película. Los personajes son igual de estúpidos y exagerados que en la película de 1988, y eso al final es algo bueno.